jueves, 6 de septiembre de 2007

La leyenda del éxodo de los reyes

Antes de marcharse de Villa del Roble en busca del castillo Horia, los héroes reciben una carta del misterioso bardo Nolweron Anatolio, donde les plantea un último acertijo. ¿Qué secretos develarán esta vez?

Estos eventos ocurren el 22 de febrero, dos días antes de que el grupo abandone Villa del Roble en persecución de la carroza que transporta prisioneros al castillo Horia.

Una tarde, en que todavía se turnan para vigilar la comisaría, Tip llega al Lobo Perezoso con rostro preocupado. Se acerca al grupo y pide conversar con ellos aparte.
—¿Han estado conversando con gente extraña, verdad?
—¿A qué te refieres? —pregunta Ghoreus.
—Ese bardo rubio, se ha estado paseando por aquí y habló con ustedes. Ese tipo no es de fiar: es un semielfo vagabundo que viaja de Villa del Roble hasta Siracusa y de Mogariuth hasta Florencia sin que nadie le haga problemas. Dicen que ha visto muchas cosas y sabe otras tantas, pero también dicen que quienes lo escuchan se meten en problemas por culpa de sus estúpidos acertijos.
—¿Por qué tan preocupado, Tip? —pregunta Ylla— Después de todo, sabemos cuidarnos solos.
—Díselo a tus amigos, Mayur y Ejöann. Parece que se metieron en más de un lío después de que hablaron con él.
—¿Mayur? ¿Ejöann? —pregunta la montaraz— ¿Qué sabes de ellos? ¿Dónde están?
—¿Ahora? No lo sé. Hace una semana estaban en el puerto, husmeando los acorazados que llegaban. Se supo que hubo problemas en el sector, que alguien había robado las armerías del distrito Poniente. Y todo por culpa de ese bardo, que algo les dijo sobre una tercera fuerza en la guerra...
El halfling no sabe cómo responder a las preguntas del grupo: parece no saber nada más de lo que ya ha divulgado. Luego de un rato suspira y saca un pergamino de su bolsa.
—El bardo me ha entregado esto para ustedes. Me dijo que se los entregara sin abrirlo.
El pergamino está sellado con cera, con un sello que muestra tres serpientes enroscadas.
—No puedo decirles que no lo lean: sé que lo harán de todas formas. Sólo les pido que tengan cuidado y no se metan en problemas. Ya es más que suficiente que estén espiando la comisaría.
—¿Cómo sabes...? —pregunta Anädtheleth.
Tip se encoge de hombros. Se despide con la mano y se retira. Después de un momento de silencio, Ghoreus acaba abriendo el pergamino. La letra es clara y bella.

Queridos compatriotas del sendero:

Cuando reciban este pergamino ya habrán descifrado el acertijo que los llevó a los diarios de Tiresias el Tuerto. Piensen en ese antiguo bardo como su antecesor: sus escritos y su herencia se cruzan permanentemente en vuestro camino. Desafortunadamente, les ha tocado la difícil tarea de concluir lo que él dejó inconcluso. ¿Por qué a ustedes? Es una buena pregunta, pero para la cual no tengo respuesta. El destino tiene caminos que ninguno de nosotros puede comprender. Y sepan que, aunque perezcan, su tarea no se completará hasta que el último de sus compañeros de viaje cumpla su parte en este acertijo Sigan la pista de Tiresias: en su historia están las claves de su destino.
Como regalo de despedida, les dejo un último misterio: se trata de una vieja historia conocida como “El éxodo de los reyes”.
“Cuando la tierra dejó de temblar y el cielo se despejó, los habitantes de Kraëtoria salieron de las ruinas a contemplar el sol. El cataclismo había cambiado para siempre la faz del continente: nuevas montañas nacieron, nuevas tierras surgieron del mar y nuevos mares inundaron la tierra. Los pocos hechiceros que sobrevivieron fueron cazados y perseguidos por los kraëtorianos, que no querían volver a saber de reyes magos.
Horus Vlädir, hijo de una dinastía de reyes, se puso a la entrada de la cueva y gritó: ‘¡a mí los de Mitra!’, y todos los magos que lucharon por la libertad de los esclavos se reunieron en torno de él. Él les dijo: ‘así habla Mitra, el dios Sol: cíñase cada uno su espada sobre su muslo, pasad y repasad los refugios y mate cada uno a su hermano, a su amigo a su deudo’. Hicieron los hijos de Sardan lo que mandaba Vlädir y perecieron aquel día tres mil sardianos más. La sangre lavó la cuenca de Morkov, agria por el sufrimiento de los kraëtorianos, y fertilizó los campos, que desde ese día dieron los frutos más grandes y sabrosos del mundo.
Pero era mucho el mal que su pueblo había hecho, y ni siquiera Vlädir el Sabio pudo ser perdonado. Él y su estirpe se fueron para siempre de Morkov y se esparcieron por Kraëtoria, tratando de limpiar el dolor que habían sembrado. Los últimos magos de sangre real se dividieron: Horus Vlädir deseaba renunciar a la magia y aprender a vivir con los kraëtorianos; Leonidas Graco deseaba seguir con las tradiciones de su pueblo y construir una magiocracia pacífica. Los seguidores de Vlädir se instalaron en el valle de Arad y fundaron la ciudad de Bhorig. Los seguidores de Graco emigraron al sur, lejos de las tierras que habían castigado y fundaron Selania. Pero hubo una parte de los seguidores de Mitra que se quedó en el valle del Morkov e intentó reparar el daño que habían causado guiando a los kraëtorianos en la forja de un nuevo reino. Eran los de la estirpe de Rabenkrähe, que aprendieron a arar la tierra y ayudaron a los bárbaros a organizarse: les enseñaron política y les instruyeron en religión. Incluso algunos se atrevieron a enseñarles el arte arcano a los más dotados. Fue así como, después de tres siglos, se fundó la ciudad de Mogähariuth y nació el reino de Mortombría. Pero ningún Rabenkrähe aceptó jamás cargo alguno en el nuevo reino.
Pero ocurrió con el tiempo que la estirpe de Rabenkrähe se corrompió y, después de la devastadora invasión de los orcos catarios en la que murió el mismísimo rey de Mortombría, Jezabel Rabenkrähe, patriarca de la antigua estirpe, ocupó el trono. Su primera acción fue devastadora: queriendo imponer a oscuros dioses infernales, mandó derribar todos los templos dedicados a Odín, Thor, Freya y Mitra. Los sacerdotes y profetas de los verdaderos dioses fueron perseguidos y masacrados.
Ocurrió entonces que Acabor, un vasallo del tirano Rabenkrähe, tenía un criado llamado Abdías, que, en secreto, mantenía su adoración a Odín. Mientras el tirano Rabenkrähe masacraba a los sacerdotes de Asgard, Abdías escondió a cien sacerdotes, de cincuenta en cincuenta, por cincuenta días en antiguas cavernas, proveyéndoles de pan y agua.
Pero hubo un sacerdote que no aceptó esconderse: se trataba de Eliath, profeta de Odín, quien desafió a los sacerdotes de Baal, el dios infernal, a que probaran el poder de su dios. Eliath los llamó a un valle, donde se refugiaban los rebeldes al tirano Rabenkrähe, y desafió a los baalitas a encender fuego en una pira. “Sólo un dios de verdad puede otorgar milagros”, dijo Eliath. “Que Baal encienda la pira y todos los seguidores de los dioses de Asgard nos inclinaremos ante él”.
Los sacerdotes de Baal entonaron cánticos a su dios, clamando por el fuego, pero nada ocurrió. Luego danzaron, vociferaron, sacrificaron cabras y niños, pero nada ocurrió. Cuando el sol se estaba ocultando, Eliath se acercó a la pira e invocó al poderoso Odín: una llamarada de fuego cayó del cielo, encendiendo la pira de inmediato.
Luego de humillar a los baalitas, Eliath habló con voz tronante: “su dios es un embuste. Su rey es un embuste. Los Rabenkrähe y los baalitas serán expulsados de Mortombría”. Y entonces los rebeldes salieron de su escondite y cercaron a los falsos sacerdotes. Eliath prendió a los cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal y los degolló en el torrente que surcaba el valle. Cuando el torrente de sangre arribó al mar y tiñó las costas de Mortombría, el tirano Rabenkrähe supo que sus días en el trono estaban contados...”

La leyenda es más larga: cuenta cómo los rebeldes y los sacerdotes de Asgard entablan una larga guerra con la estirpe de los Rabenkrähe hasta que finalmente los expulsan. Esta historia es sólo una de las tantas que se cantan en Valacchia y que cuentan del origen de su fe y su odio a los hechiceros.
Ahora, la pregunta que debo hacerles es ¿cómo se llama el torrente en el que Eliath degolló a los baalitas? Si descubren el nombre e investigan en la biblioteca, descubrirán una nueva pista y un regalo de despedida.

¡Qué los dioses iluminen vuestro camino!

Nolweron Anatolio

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martes, 4 de septiembre de 2007

Sesión del domingo 19 de agosto del 2007

26 de febrero del 1632

- Luego de la muerte de Nadine, Numentarë no espera un momento más. Sale corriendo en dirección al complejo central, seguido por el resto del grupo.

- Gracias a la información que obtienen de Ricardo, el soldado aún bajo el control de Anädheleth, el grupo se traslada por los jardines sin problemas. No hay movimiento, pero un mausoleo de mármol negro en los jardines les llama la atención. Empujados por la ansiedad de Numentarë, sin embargo, continúan al complejo central.

- El grupo investiga un hall de entrada exquisitamente decorado: gruesas alfombras, pilares de mármol y pasillos a la izquierda y la derecha. Hacia el fondo, donde debería estar la torre principal, se erige una grandiosa puerta de plata pura. Eleion se queda examinándola, mientras el resto sigue hasta la biblioteca: el lugar que puede llevarles hasta Trishna.

- Mientras Numentarë y Miarlith buscan el portal o mecanismo por una espaciosa biblioteca (construida en cuatro niveles abiertos), el resto se divide. Hathol y Ghoreus van hacia la Forja del Castillo, Eleion continúa frente a la puerta de plata y Anädtheleth junto con Ylla regresan al jardín para ver la tumba.

- La puerta de plata tiene sobrerrelieves que muestran ciudades flotantes, dragones, lammasus (leones alados) y un hechicero en un trono. Eleion no lo sabe, pero los motivos son muy parecidos a los que tenían las puertas de plata del salón oval en el Molodroth. El arco de mármol azul tiene grabados en runas de plata que el elfo identifica como runas de transmutación y abjuración, pero combinadas en formas que él jamás ha conocido. La base de la torre tiene una línea de cristal blanco que la rodea por completo. Eleion, incapaz de determinar qué cristal es manda llamar a Ghoreus. Éste lo ve y dice simplemente "sal". La sal es usada para mantener a raya a los espíritus y criaturas sobrenaturales. Por un momento, Eleion tiene la tentación de romper el círculo de sal, pero luego se arrepiente y parte a la biblioteca para ayudar a sus amigos.

- Mientras tanto, Anädtheleth e Ylla investigan el mausoleo. Es una pequeña pero majestuosa tumba de mármol negro con letras de oro, que las montaraces no pueden descifrar. Si lo que dijo Ricardo es cierto, esa debiera ser la tumba de Horia. En la entrada hay flores frescas. En un momento son sorprendidos por un grupo de guardias, que, luego de felicitar a Ricardo por estar con dos mujeres, le recuerdan que debe continuar con sus deberes.

- Ghoreus y Hathol investigan más allá de la biblioteca: aprovechando que los forjadores (una mujer muy baja y un enano) salen al jardín para bajar el almuerzo, entran a la forja. Una puerta a cada costado y unas escaleras que descienden a un subterráneo iluminado por el fuego. Tras una puerta, piezas de armaduras sardianas. En la otra, armas y armaduras de excelente calidad. Ghoreus las reconoce como piezas de un artesano de primer orden. Su vista es atraída por una magnífica hacha de guerra enana. La toma en sus manos y reconoce las runas y los símbolos que porta: pertenecen al clan Wordul, un clan enano que fue exiliado de Oghdammer por mantener tratos con Florencia. Ghoreus toma el hacha de guerra y se la lleva como prueba a su pueblo de que el clan Wordul está forjando armas para Florencia. Luego continúan explorando y llegan hasta una gran sala octogonal con yunques, herramientas de armero y varias piezas de acero. Hacia el fondo se ve una gran forja alimentada por un brasero de oro blanco y rubíes. Allí ruge un gran fuego, tan ardiente que a Ghoreus le parece estar de regreso en la Forja de Hefestos. Sin embargo, esto no es lava: es un fuego que por momentos parece mirarlos con ojos oscuros y estirar un brazo de llamas... ¿Se tratará de un elemental del fuego atrapado?

- Numentarë y Miarlith investigan la biblioteca y finalmente descubren un portal tallado en uno de los muros de la biblioteca. El portal no da a ninguna parte, pero está cubierto de runas que Numentarë identifica de transmutación. Es decir, se trata de un portal de teleportación inactivo, que seguramente requiere una llave para funcionar.

- El grupo se reúne nuevamente en la biblioteca y discuten los pasos posibles, cuando oyen voces fuera: reconocen la voz de Lilandrith, que discute con unos guardias y camina hacia la biblioteca. El grupo se esconde tras las columnas, los cortinajes y los tapices, esperando no ser descubiertos. Anädtheleth envía a Ricardo a la cocina, para que se aleje de los problemas.

- Lilandrith entra a la biblioteca junto a un guardia, diciéndole que debe llevarle un mensaje urgente a Theodorus. Luego, la hechicera toma papel y pluma de un escritorio y escribe. En eso está cuando Numentarë, ciego de ira, tensa cuatro flechas en su arco y se prepara a dispararlas... El resto del grupo, para no dejar solo al arquero arcano, se prepara para el combate. Las flechas de Numentarë, Ylla y Anädheleth vuelan hacia la bruja, pero sólo las de Ylla dan en el blanco: el resto se desvía, como empujadas por un fuerte viento.

- Los aventureros atacan, pero todas los proyectiles fallan: Lilandrith está protegida por un escudo mágico. Hathol carga contra ella parado sobre un escritorio. Ghoreus también carga. Pero luego del primer impacto de Hathol, un escudo de llamas azules se levanta en torno a Lilandrith, protegiéndola. Acto seguido, la bruja levanta un muro de llamas ardientes que la rodea y la protege contra los héroes.

- La batalla es cruenta, y aunque Lilandrith se ve superada por el número de aventureros, se encuentra a punto de hacerlos caer con el calor de las llamas y sucesivas bolas de fuego que calcinan a los héroes. En un momento, Anädheleth se quita el anillo de forma humana para revelar a su madre su verdadera forma. La bruja insta entonces a la montaraz a detener el combate, si no quiere ver a todos sus amigos muertos. La bruja le explica que Theodorus busca la paz con los elfos, pero todas las acciones del pueblo de los bosques sólo tienden a encender la ira de los humanos. La montaraz le pide pruebas de que eso es en realidad lo que buscan. Entonces la bruja le revela algo que la deja helada: la emboscada en el bosque que frustró los planes de tregua entre la alianza y el imperio fue planeada por los elfos dorados, no por el imperio.

- En eso, se oyen pasos fuera de la biblioteca: son los refuerzos. Anädheleth corre a las puertas y las tranca con un candelabro. Entonces siente cómo la puerta es forzada, primero con lo que parece ser un ariete, luego con un destello de llamas que funde el candelabro. Las puertas se abren, y lo primero que la montaraz ve es la figura con máscara de porcelana, con sus dedos envueltos en llamas mágicas. Rodéandolo, al menos veinte soldados florentinos con sus arcabuces cargados, listos para disparar. Sabiéndose perdidos, los héroes se rinden.

- Luego de despojarlo de todas sus pertenencias, el grupo es hecho prisionero en los calabozos del castillo. Anädheleth es encerrada en una habitación del complejo central. Después de unas horas, gran parte de las heridas que los héroes recibió en su combate contra Lilandrith desaparece: Eleion comprende entonces que los conjuros utilizados por Lilandrith eran ilusiorios y que nunca pretendió matarlos de verdad.

- Utilizando sus poderes, Lilandrith sondea la mente de los héroes, uno por uno, y descubre que Miarlith se apellida Bori y comprende que es descendiente de la dinastía Vlädir, que alguna vez gobernó Sardan.

- Al día siguiente, temprano por la mañana, Miarlith, una semielfa druidesa, es atada sobre un montón de maderos y paja en el patio del castillo. Lilandrith, en forma humana, manda llamar a su hija, quien viene escoltada por tres guardias. Anädheleth ve entonces a su amiga, lista para ser quemada por dos inquisidores florentinos, acusada de ser una aberración. Lilandrith le dice a su hija que puede salvar a su amiga si le jura lealtad a Theodorus, pero Anädheleth se reúsa. Entonces la bruja le dice al inquisidor mayor, Justino Marconti, que encienda la hoguera, y así lo hace.

- Mientras las llamas devoran lentamente el cuerpo de Miarlith, quien intenta resistir el dolor, Lilandrith le habla a su hija, tratando de convencerla de unirse a su causa. "Theodorus no quiere la guerra con los elfos, sino la paz. La guerra no es satisfactoria para nosotros, la paz sí, pero tu raza es tan testaruda que preferiría sacrificar hasta su última alma antes que convertirse en súbditos del imperio. Les ofrecemos una alianza y sólo responden con odio y violencia. No quería llegar a esto, Anädheleth, pero si no te unes a nosotros por las buenas, quemaré a cada uno de tus amigos en la hoguera hasta que le jures lealtad al único hombre que puede acabar con esta locura".

- Aunque Miarlith le grita a su amiga que no ceda, Anädheleth no soporta ver sufrir a la druidesa y finalmente jura lealtad a Theodorus. Cuando hace esto, Lilandrith le hace un corte en la mano con una daga de plata y pronuncia unas palabras arcanas: a partir de ese momento, la montaraz queda atada a las palabras de su juramento. Sonriendo, la bruja apaga las llamas de la hoguera con un simple gesto. Sin embargo, Marconti, furioso por esta herejía, dice que el sacrificio ya ha sido ofrecido a Zeus y no se puede echar marcha atrás. La bruja discute un momento con el sacerdote, explicándole que la druidesa quedará bajo su custodia ya que posee información valiosa, pero Marconti se niega a dialogar. Invocando el poder de Zeus, un poderos rayo sale de sus manos y golpea a la semielfa, matándola. Anädheleth, destrozada, cae de rodillas, llorando la muerte de su amiga. Así acaban los días de la valiente Miarlith, heredera de Sardan, exploradora del Molodroth y protectora del bosque de Gallen.
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