viernes, 26 de octubre de 2007

Sesión del domingo 7 de octubre del 2007

- Mientras el grupo sigue prisionero en las mazmorras del castillo Horia, Anädheleth contacta a Denazz y Delemdroth, quienes preparan una misión de rescate.

- El grupo de rescate es liderado por Lindëalath, princesa del clan Dunadan, quien no quiere dejar a su hermano Eleion en una prisión enemiga. A ella se le suma Melwasúl, el elfo verde que cuidaba a Escarcha; Orvar Korghan, guerrero enano del clan Korghan; y el mismo Denazz, guerrero drow, quien no quiere abandonar a Anädheleth a su suerte.


- En Villa del Roble, el grupo de rescate se encuentra por casualidad con Ejöann, quien lleva varias semanas en la ciudad ocupándose de ciertos "asuntos". Denazz (quien utiliza un objeto mágico que le permite hacerse pasar por humano) reconoce al elfo vagabundo y le pide ayuda en el rescate del grupo. Ejöann acepta. Luego, el elfo realiza algunas compras en el mercado de Villa del Roble: objetos que le ayudarán en el intento de rescate.

- El grupo se pone en contacto con Adrasteia, una semielfa de la familia de Delemdroth, quien les ayudará a infiltrarse en el ejército florentino y el castillo Horia. Adrasteia, la guerrera, se disfraza de escudero adolescente, Ejöann, Lindëalath, Denazz y Orvar de soldados de elite florentinos. Melwasúl, por su parte, esperará al grupo al norte del lago Trichonis para preparar su escape.

- Luego de un viaje sin grandes sobresaltos, el grupo arriba al campamento ubicado en la ribera del lago Trichonis, junto al castillo Horia, haciéndose pasar por un grupo de generales y oficiales rezagados. El conocimiento de Adrasteia de la disciplina militar florentina, el carisma de Lindëalath y las habilidades de engaño de Ejöann se encargan del resto.

- Mientras tanto, Anädheleth, al interior del castillo, intenta recuperar el equipo de sus amigos. Conversando con Ricardo, se entera de que los objetos de sus amigos están guardados en una sala de tesoro, en el complejo central del castillo (es decir, donde ella no puede entrar).

- Por su parte, los prisioneros han hecho amistad con Kirón (guerrero elfo verde) y Megilwen, una elfa verde que carga a su bebé en brazos. Juntos han tratado de establecer un plan de escape, pero salvo por las ocasionales visitas de Ricardo que les comunica de los esfuerzos de Anädheleth por rescatarlos, nadie vislumbra alguna esperanza. Numentarë está desesperado, ya que lleva semanas sin beber ni una gota de vino y se pasa el día gritando, llorando y golpeando las paredes hasta hacer sangrar sus nudillos. Un día, finalmente, y ante las peticiones de Ghoreus, los guardias le llevan al elfo un odre con vino agrio, que bebe de un trago ante de caer al suelo.

- El grupo de rescate entra al castillo Horia con una delegación de generales florentinos, pidiendo una audiencia con Lilandrith. Luego de las presentaciones de rigor, se les permite dirigirse a sus aposentos. Allí, el grupo de rescate se contacta con Anädheleth y revelan su identidad, al tiempo que se informan con ella de la disposición del castillo para planificar el escape. Prevenidos sobre el conjuro de lealtad que pesa sobre la montaraz, el grupo de rescate informa a Anädheleth sobre lo justo y necesario para que ella cumpla su parte, pero nada más, ya que temen que Lilandrith averigüe sus planes. Por su parte, Anädheleth les informa que Theodorus arribará al castillo al día siguiente, por lo que si desean planear un escape debe realizarse esa misma noche.

- Ricardo le informa al grupo de rescate que Lilandrith posee una llave de bronce mágica con la cual puede abrir cualquier puerta del castillo, incluso el portal místico de la biblioteca, por lo que, si desean rescatar a sus amigos, deberán conseguir la llave. Y Lilandrith nunca se separa de ella. Es así como los héroes deciden robarle la llave durante la cena en su honor, que se dará la noche siguiente. Ejöann intentará sacar la llave del bolsillo de la bruja en el momento en que se den los saludos.

- Mientras tanto, Orvar y Ejöann preparan unos sacos de pólvora para hacer volar una torre y abrir la puerta de servicio del castillo, que está bloqueada. La idea es crear una distracción y al mismo tiempo abrir una vía de escape. Lindëalath utilizará un conjuro de caminar sobre el agua sobre todos para que puedan escapar caminando sobre el lago.

- Durante el día, Adrasteia vaga por el castillo, conversando con los guardias y estudiando los turnos de guardia en la torre que harán volar.

- Esa noche, los "generales florentinos" están invitados a un banquete en su honor. Durante los saludos, Ejöann utiliza sus habilidades de ladrón para apoderarse de la llave... y lo consigue. Luego, fingiendo una indisposición, sale del banquete para reunirse con Adrasteia, Ricardo, Denazz y Orvar. Su primer destino: el calabozo.

- El grupo se aprovecha de que esa noche el enmascarado no está de guardia y entra a las mazmorras. Adrasteia toma por sorpresa a uno de los guardias y lo deja en el suelo de un buen golpe de mangual, mientras Ejöann le abre la garganta a otro. En cuanto entran a las mazmorras, Orvar, Ejöann, Adrasteia y Denazz deben enfrentarse a los cuatro guardias, que dejan fuera de combate rápidamente. Luego de un buen rato tratando de deducir cómo funciona la llave, Ejöann consigue abrir las celdas y todos los héroes son liberados, al igual que Kirón y Megilwen. El siguiente destino es la sala del tesoro, donde los héroes recuperan una parte de su equipo. Los héroes se lamentan de la pérdida de algunas de sus armas y objetos (como Ghoreus, quien ha perdido el escudo de Zamira), aunque sin duda ninguna pérdida es tan importante como la de Anädheleth, a quien su madre le arrebató los pendientes de Venus. O la desaparición de las semillas de alerce mágico, que traían del Molodroth. Kirón, libre al fin, quiere acompañar a Ejöann y degollar humanos, pero el resto del grupo lo calma y le piden que se atenga al plan.

- Numentarë, acompañado por Eleion y Hathol, parte a la biblioteca con la llave de Lilandrith: intentan abrir el portal para rescatar a Trishna. Eleion tarda un buen rato en deducir el funcionamiento de la llave, mientras el nerviosismo crece en el grupo, ya que el plan debe ser ejecutado totalmente antes de que acabe la cena.

- Después de media hora de analizar la llave y el portal, probando distintas formas de usarla, Eleion finalmente consigue abrir el portal y los tres elfos lo cruzan, llegando al almenar de la torre central. Allí, bajo la cúpula de cristal rodeada de gárgolas, al centro del suelo de mármol azul tallado con bajorrelieves y runas arcanas, se alza un horripilante trono hecho de carne parduzca que late y se agita con el movimiento de una vida innatural. El trono tiene brazos con manos monstruosas y tentáculos. Sentada en el trono, inconsciente, está Trishna, la elfa plateada. Un brazo que acaba en una aguja de hueso tiene ésta clavada en el cuello de la elfa, mientras otro brazo la toma por la cintura. En el dedo anular de esta mano hay un extraño anillo que parece hecho de raíces de algún vegetal. El grupo se aproxima a la elfa, temeroso, preguntándose qué hacer. Finalmente, deciden que Numentarë y Hathol se encarguen de los brazos que aprisionan a la elfa, mientra Eleion la saque del trono lo más rápido que pueda. Numentarë desenfunda su cimitarra, Hathol su estoque y se coordinan con la mirada. De un golpe seco, el arquero arcano cercena la mano del anillo, mientras Hathol clava su estoque en el brazo de la aguja, que suelta su presa. En rápido movimiento, Eleion toma a Trishna entre sus brazos y la aleja del trono. La herida en su cuello sangra profusamente y Numentarë improvisa un vendaje utilizando ungüentos curativos y un trozo de tela limpia. Antes de salir, Numentarë arrebata el anillo de la horrorosa mano, mientras el trono se convulsiona, buscando con sus brazos y tentáculos la presa que se le ha escapado. El anillo está hecho de tres semillas enlazadas por raíces, y parece estar vivo. Aunque Trishna parece débil y sigue inconsciente, Hathol dice que vivirá. Eleion utiliza nuevamente la llave en el portal vacío que se alza en el almenar y los cuatro escapan de allí.

- Con Trishna liberada, el grupo se dirige a la torre sur, donde está la única salida no vigilada del castillo. Ejöann, acompañado por Ylla, parten a la torre de acceso y luego de degollar unos guardias ponen las bombas en un depósito de pólvora que el bribón había explorado previamente. A la hora convenida, Orvar y Ejöann hacen estallar las bombas, mientras todos escapan a la torre sur: la salida ha sido abierta y la torre de acceso sufre serios daños por la tremenda explosión.

- Aprovechando la confusión, la batahola de órdenes y el despliegue de guardias y soldados, Lindëalath, aún en la sala de banquetes, corre a la torre sur y se reúne con el grupo en la playa del castillo. Luego de los reconocimientos de rigor y un intercambio de miradas con su hermano Eleion, la sacerdotisa lanza su conjuro de caminar por las aguas. Eleion, a través del intermedio de su cuervo Nevar, llama a su pegaso y en él se lleva a Megilwen a la ribera norte del lago. Allí deja a la elfa junto a Nevar y regresa hacia la niebla para ayudar al resto del grupo.

- Gracias al conjuro de Lindëalath, los héroes corren sobre el agua hacia la niebla que rodea el castillo. Pero Ricardo cae al agua como piedra, y se habría hundido de no ser por la ayuda de Hathol y Anädheleth: Lindëalath no lanzó el conjuro sobre él. El humano es llevado por el espadachín y Denazz, y el grupo se aleja del castillo flotante amparado en la oscuridad de la noche. Sin la llave mágica que le brinda acceso a todo el castillo, Lilandrith tardará mucho en organizar un equipo de búsqueda.

- Mientras huyen caminando sobre el lago, Eleion regresa al grupo y se lleva a Ricardo a la orilla. Pronto todo el grupo llega al norte del lago y corre por los campos en dirección al punto de reunión con Melwasúl. Todavía es de noche cuando se encuentran con el elfo e Ylla se reencuentra con Escarcha, quien corre a ella con aullidos de alegría.

- Los héroes descansan y comen algunas provisiones que portaba Melwasúl, mientras esperan la barca que los llevará a la ribera oriental del Estigia. Cuando empieza a clarear, Ricardo ya ha decidido su destino: le informa al grupo que poco tiene que hacer con los elfos, y aunque ama a Anädheleth y la acompañaría si ella se lo pide, sabe que nunca será aceptado por su pueblo. Así es que, con las bendiciones del grupo, un abrazo de Anädheleth y algunas provisiones como regalo de despedida, el guerrero humano se dirige al oeste, hacia Valacchia.

- Denazz le entrega a Trishna una de sus semillas de alerce, y la elfa por fin recupera la conciencia. Está muy débil y tiene un recuerdo vago de lo que ocurrió en las últimas semanas. Numentarë y Hathol la cuidan.

- Mientras tanto, en una arboleda apartada del resto del grupo, Eleion y Lindëalath discuten. Él le agradece a su hermana por el rescate, mientras ella le dice que no se deshaga en tantos agradecimientos, que sería mal visto que una candidata al trono de Ithilgadden no rescatar a su hermano de las garras de su peor enemigo. Entonces Eleion le explica lo que han averiguado: que la emboscada a los embajadores de la alianza no fue planeada por Theodorus, sino por los elfos dorados, y que mientras el emperador y el hechicero imperial buscan acabar con las hostilidades, el Concejo sólo quiere guerra. Lindëalath se burla de su hermano por su ingenuidad al creerle al enemigo y le dice que todo es mentira, que lo único que el imperio desea es esclavizar a su pueblo. La discusión pasa a mayores mientras Eleion pronuncia sospechas de traición al interior del Concejo, pero Lindëalath lo hace callar. "Te he salvado la vida, Eleion, pero no esperes que te salvaré del juicio de los elfos dorados: has cometido demasiadas imprudencias, te has aliado con enemigos de nuestra raza y ahora acusas a nuestra gente de atentar contra sí misma... No esperes que serás bien recibido en Ithilgadden, porque no lo serás". Tras decir esas palabras, Lindëalath alza su mano y murmura unas palabras: frente a ella se materializa un pegaso con alas y cascos de fuego. Sin más preámbulos, la elfa monta en él y el pegaso se eleva, alejándose de su hermano, en dirección al este.

- El grupo sigue esperando en la ribera del río, pero cuando el sol despunta y una mañana clara y luminosa se instala, la barca aún no llega. El grupo se impacienta. Cuando sale el sol, Numentarë se asombra al ver que el anillo que se llevaron del castillo parece brotar con los primeros rayos del sol: de las semillas enlazadas brotan unas hojas verdes en forma de abanico, que buscan la luz.

- De pronto, todos sienten cómo aumenta la humedad y un banco de niebla cubre el sector. Los héroes desenfundan sus armas y se preparan para lo peor, alertas. En efecto, pronto el grupo oye el aleteo de numerosas y grandes alas, y la niebla se disipa en parte, dejando paso a un gran carro volador, arrastrado por cuatro caballos negros que caminan por el aire. El carro es escoltado por una treintena de gárgolas de piedra, que vuelan a su alrededor. Cuando el carro, de roble, plata y oro, pintado de púrpura y dorado, se posa en tierra, las gárgolas rodean el lugar, encerrando a los héroes, quienes se ven privados de toda vía de escape. El grupo forma un círculo, protegiendo a Megilwen y Trishna, listos para defenderse en caso de cualquier acción hostil.

- Las puertas del carro se abren: de un lado baja Lilandrith, con el rostro compungido y la mirada gacha. Del otro, una imponente figura vestida con una túnica púrpura y dorada, y un báculo de oro con incrustaciones de marfil. Su pelo largo y gris plata está bien peinado y tomado en una coleta. Su rostro, barbilampiño, tiene leves arrugas de edad, aparentando unos sesenta y tantos bien llevados. El hombre es atractivo y de profunda mirada verde.
-Seré breve -dice el hechicero-. No me interesa pelear con ustedes: sólo quiero que me devuelvan mi anillo.
Numentarë presiona con fuerza la empuñadura de su cimitarra.
-¿Para que sigas usándolo contra los elfos, robándoles su vida? No, gracias.
-No he matado a ningún elfo con él. Por favor, entreguémenlo.
-¿Que no has matado a nadie? -pregunta Eleion, irónico- ¿Entonces para qué utilizas ese trono de carne, en tu castillo? Vimos lo que haces con él: le robas la sangre a los elfos para volverte inmortal...
-Te equivocas, Eleion Dunadan. No necesito matar a los elfos para que me entreguen parte de su larga vida. Pero no pienso alargarme en esto, tengo muchas cosas que hacer: ordenar ejércitos, supervisar las tareas de reconstrucción... En fin, ustedes estuvieron prisioneros en mi casa, así es que dejaré pasar el asunto de los destrozos si me devuelven el anillo.
-¡No te lo entregaremos! -dice Ylla- Sabemos que lo usarás en tus planes de conquista y destrucción, que lo único que deseas es matar a los elfos.
-Te equivocas, elfa verde -dice el hechicero-. Lo único que deseo es paz entre el imperio y la alianza, pero los tozudos de tus primos, los dorados, no quieren dialogar. Después de décadas de un punto muerto en la guerra, los generales de Villa del Roble finalmente consiguieron lo que jamás consiguió el emperador con el senado: que se firmara una tregua con la alianza. Aunque eso no estaba planificado, el emperador se unió feliz a la iniciativa y envió a un hombre de su más absoluta confianza, Rogelio Falconi, para que oficiara de embajador. Las condiciones de paz del imperio eran razonables, y de seguro que los elfos verdes y los enanos las habrían aceptado. Pero los dorados lo echaron todo a perder...
-¡No puedes decir eso! -dice Ejöann- Yo estuve allí, fueron los humanos los que hechizaron a nuestros aliados y raptaron a los embajadores...
-¿Sabías acaso que Gildeonor Urthanad, el embajador de Ithilgadden, es un hechicero de poder considerable? -le responde Theodorus- No, parece que no. ¿Y que fue él quien planeó toda la emboscada, todo esto con la aprobación de los grandes del Concejo? -Theodorus tiene sus ojos clavados en Eleion, estudiando su reacción- Fueron los dorados más importantes los que planearon el atentado contra sus propios aliados. Su orgullo les impedía "humillarse" a negociar con los humanos, pero ni siquiera pestañearon con la idea de matar a miembros de su propia alianza por "una causa mayor". Desde entonces, los que sobrevivieron a la emboscada se han convertido en una espina infectada para los nobles de Ithilgadden. Afortunadamente para ellos, quedan muy pocos...
-¿Cómo pretendes que te creamos, si nosotros vimos a Gildeonor en tu castillo, prisionero y hechizado? -pregunta Ejöann.
-Porque lo atrapé después de que asesinara al embajador de Oghdammer, Barnod Oghdar. Entonces lo llevé a mi castillo y lo hechicé para interrogarlo.
-¿Y por qué no lo liberaste, por qué no hiciste pública su traición? -pregunta Eleion.
-¿Y crees que tu gente me habría creído? No, Eleion. Simplemente habrían dicho que yo hechicé a Gildeonor para que confesara todo eso. Fue una traición muy bien planificada.
Los héroes están atónitos, mirando al hechicero. ¿Será cierto todo lo que dice? ¿Podrá ser posible que la corrupción haya calado tan hondo en el corazón de los elfos dorados?
-Y ahora, por favor -sigue Theodorus-, acabemos con esto. Entréguenme el anillo y los dejaré en paz.
-¡Jamás! -dice Numentarë- Lo usarás para raptar más jóvenes elfos y alimentarte con su sangre, ¡vampiro!
-Te equivocas, Numentarë -dice el hechicero-. Ya no necesito más sangre de tu raza. Si me devuelven el anillo, nunca más necesitaré a los jóvenes elfos.
Los héroes dudan por un instante. El hechicero mira a Anädheleth.
-Tú eres Anädheleth Liandall, ¿cierto?
La montaraz asiente débilmente.
-Tu madre me dijo que te había atado a mi servidumbre con un conjuro. A mí no me gusta que me sirvan a la fuerza.
Theodorus alza su báculo, cierra los ojos y pronuncia unas palabras arcanas. Anädheleth siente un cosquilleo en todo el cuerpo y luego una especie de golpe de aire a su alrededor, como si hubiesen chocado súbitamente dos ráfagas de fuerte viento. De pronto se da cuenta de lo ocurrido: ¡el hechizo ha sido roto! La montaraz sonríe, aliviada.
-Considéralo como un acto de buena fe -dice Theodorus-. El día que me ayudes será por tu propia voluntad, no porque alguien te obligue a ello.
Lilandrith tiene la vista fija en el suelo y sus manos tiemblan visiblemente. Finalmente, y luego de un breve debate en el grupo, Numentarë se acerca al hechicero y le devuelve el anillo.
-¿Cómo podemos confiar en que dejarás en paz a los jóvenes elfos, o que no volverás tras mi hija? -pregunta Numentarë- Tu segunda al mando mató a uno de los nuestros aunque prometió que viviría.
El hechicero mira a Lilandrith, con dureza en sus ojos. Ésta sigue con los ojos clavados en un escarabajo que se desplaza por la hierba.
-¿Mató a alguien? ¿A quién?
-A mi amiga, Miarlith -dice Ylla.
-¿Qué Miarlith? -pregunta nuevamente Theodorus.
-¡Mi amiga la druidesa! -insiste Ylla, irritada- ¡Miarlith Bori!
Ante la mención del apellido, Theodorus queda petrificado. Luego mira a Lilandrith con fuego en los ojos.
-Bori... ¡¿Mataste a una Bori?!
Lilandrith está aterrada. Se aleja un paso y empieza a balbucear.
-Lo siento, mi señor, no sabía que...
-¡Claro que lo sabías! -le reprocha el hechicero con una voz atronadora- ¡Claro que lo sabías, y por eso la mataste! ¡Eres una celosa incompetente!
Theodorus alza su báculo mientras pronuncia versos arcanos. La niebla se arremolina en torno al diamante del báculo, formando espirales. Los héroes incluso parecen percibir pequeños rayos que se desprenden del báculo. Anädheleth duda un instante: su madre le ha causado tanto dolor y tantas decepciones... Pero su padre murió buscándola. Entonces, en menos de un segundo se decide: su padre no la habría dejado morir. De un salto, la montaraz se interpone entre el hechicero y la bruja.
-¡Theodorus, no!
-¡Por favor, amado mío! -gime Lilandrith, derramando lágrimas- ¡Lo único que deseaba era complacerte, entregarme por entero a ti!
Eleion, que corre a tratar de detener al hechicero es el primero en darse cuenta que cuando dice estas palabras, las lágrimas de Lilandrith tienen un destello especial, un destello armónico con el reflejo de la luz en los pendientes de Venus, que Lilandrith lleva en sus orejas. Ylla también se da cuenta, y retiene una exclamación. Theodorus, fascinado por los ojos llorosos de la bruja, hace bajar el báculo: la niebla se disipa a su alrededor y los rayos han desaparecido.
-Por favor, mi amado, déjame complacerte y explicártelo todo.
Como embobado por sus palabras, Theodorus se deja llevar de la mano por Lilandrith y ambos regresan al carro. Sin que medie otra palabra, el carro se eleva y las gárgolas le van a la zaga. La peculiar caravana desaparece en la niebla, que se desvanece como si nunca hubiese existido. El sol de la mañana entibia la ribera donde los héroes, con la mirada aún fija en dirección donde desapareció Theodorus, mantienen un silencio sepulcral. Más que ninguno de ellos, Anädheleth sabe de lo que son capaces los pendientes que trajo de las ruinas sardianas, y las terribles consecuencias que podría acarrear su uso.

- Finalmente, la barca se aproxima. El grupo rompe el silencio y los héroes discuten sobre sus próximos pasos. Ejöann debe regresar a Villa del Roble, a saldar una deuda. Ylla no se siente a gusto en el grupo, ahora que su única amiga, Miarlith, está muerta, pero tampoco se decide a reunirse con su pueblo, ahora que por fin entiende que la guerra es una gran burla, una masacre sin sentido. Numentarë quiere llevarse a Trishna a su casa en las montañas, para que se recupere, y Hathol desea acompañarles. Todos los héroes están agotados, desilusionados y confundidos. Ni siquiera Eleion es capaz de justificar a su pueblo, teniendo la duda razonable de que fueron los elfos dorados quienes sabotearon las negociaciones de paz. Y Ghoreus, quien se siente completamente decepcionado de la alianza, no está dispuesto a sacrificarse y morir por esa causa. Esto provoca una discusión con su primo Orvar.
-¿Cómo? ¿No piensas regresar al frente de batalla, a batirte por tu rey?
-No puedo -dice Ghoreus-. No después de entender que el sacrificio de mi hermano fue en vano, que los elfos dorados nos han traicionado y que toda esta guerra es una farsa.
-¡No puedes creerle a Theodorus! -dice Orvar, malhumorado- Es nuestro principal enemigo, aún más poderoso e influyente que el emperador... ¡Y además un brujo! ¡No te dejes engañar por sus mentiras teñidas con magia!
-No lo entiendes, Orvar. No puedo creer que sean mentiras... al menos no del todo, no después de todo lo que he visto. ¿Por qué el clan Wordul se ha unido a nuestro enemigo? Podrán ser exiliados, pero no por ello habrán perdido el respeto por su raza...
-Son unos traidores de la peor calaña. Sólo merecen morir.
-¿Por qué los dorados se empeñan en no dialogar con el imperio, si ni siquiera han sido ellos los que más han sufrido con la guerra? Son los elfos verdes los que se han soportado el mayor peso de la guerra en este siglo y medio, pero los elfos dorados nunca se han mostrado solidarios con el sufrimiento de sus primos. ¿Es tan difícil de creer que serían capaces de sabotear una negociación de paz?
-Theodorus quiere sembrar cizaña en la alianza, provocar una ruptura. Nuestro rey nos ha advertido muchas veces que no nos dejemos engañar por esas tretas humanas y que simplemente hagamos lo que él nos ordena. Él es un gran rey, el sabio más grande de nuestro tiempo: ¿cómo te atreves a desafiar su juicio?
-Y por último -dice Ghoreus, agotado con tantas revelaciones-, está la guerra política de Ithilgadden, el enfrentamiento entre las facciones concejalistas y aristócratas, entre los que desean que el Concejo siga rigiendo a los elfos y los que apoyan el ascenso de un monarca, probablemente de la casta de los Dunadan. Estas discusiones políticas han permitido que reine la discordia entre los mismos elfos dorados y que hayan tardado demasiado en tomar la iniciativa contra la invasión de su isla. ¿No crees que es demasiado posible que la facción aristocrática haya aprovechado las circunstancias para fortalecer la desconfianza hacia el Concejo y reforzar la convicción de que es mejor un gobierno central, autoritario, de cabeza única?
-Piensas demasiado, Ghoreus. Somos guerreros, no debemos involucrarnos en asuntos políticos, mucho menos los ajenos. Nuestro deber es vivir y morir en combate, siguiendo las sabias órdenes de nuestro rey.
-El problema, Orvar, es que temo que nuestro rey se ha equivocado al aliarse con los elfos.
Esto es mucho más de lo que Orvar está dispuesto a soportar.
-¿Cómo te atreves a cuestionar el juicio de nuestro rey?
Ghoreus quiere responder, pero sólo se encoge de hombros.
-¿Te das cuenta de que al dejar que esas palabras salgan de tu boca estás injuriando a nuestro soberano?
Ghoreus asiente.
-¿Te das cuenta de que al renunciar a tu deber te conviertes en un traidor a tu pueblo? ¿Que perderás tu apellido por eso?
-Lo sé -dice Ghoreus, con la voz levemente quebrada-. Estoy dispuesto a asumir las consecuencias.
-¿Comprendes también que es mi deber como miembro del clan Korghan el detenerte, y matarte si es posible, por intentar desertar?
-Sí, Orvar, lo sé.
-Entonces prepárate, Ghoreus, que hoy has dejado de ser un Korghan.
Y tras soltar esas palabras que se clavan como dagas en el corazón de Ghoreus, Orvar empuña su hacha de guerra enana y su escudo, y se pone en posición de ataque. Con un suspiro, Ghoreus toma su hacha y se prepara para recibir el ataque. No intenta atacar primero, sino que defiende para luego devolver los golpes. Sin odio, sin prisas, sino con la triste determinación de un diestro guerrero que no desea matar a un miembro de su familia.
Orvar, en cambio, descarga su hacha con toda la habilidad y la destreza que ha adquirido durante su entrenamiento militar y las batallas que ha luchado. Sin embargo, en sólo unos segundos queda demostrado que sus habilidades guerreras son muy inferiores a las de Ghoreus, quien ha luchado contra humanos, muertos vivientes, drows, monstruos del infraoscuro e incluso un dragón de sombras. Los ataques de Orvar sólo son rasguños en la armadura del veterano, y aunque consigue derramar un poco de sangre, es Ghoreus quien acaba por imponerse. Sin vanidad, sin rabia. Sin entusiasmo siquiera, como el lobo que reduce al cachorro de la manada. Finalmente, Orvar cae, inconsciente. Ghoreus se inclina sobre él y le aplica ungüentos curativos en las heridas, cerrándoselas. Luego le pide a Melwasúl que por favor lleve a su primo al puesto de avanzada enano.
-Es un guerrero valiente, que aún tiene muchas batallas por luchar.
-No te entiendo, Ghoreus -dice el montaraz-. Primero fuiste un héroe de tu pueblo, y ahora renuncias a luchar contra tus enemigos. ¿Cómo puedes creer en tanta mentira saliendo de la boca de un humano?
Ghoreus mira al suelo, cansado de discutir.
-Pronto lo entenderán, Melwasúl. Tú y todo tu pueblo. Y cuando lo lo hagan se darán cuenta de que esta guerra no tiene nada de glorioso. Para cuando se den cuenta de ello, se habrá convertido en una simple lucha por la sobrevivencia, que nadie, ni el más poderoso de los monarcas, podrá detener. Y mucho me temo que cuando llegue ese día, el bosque de Gallen, la Forja de Hefestos y todo Ithilgadden estarán condenados a su destrucción.
Melwasúl quiere replicar, pero se calla. Hay algo en las palabras de Ghoreus que calan hondo en su corazón, un vago presentimiento de desgracia, de destino funesto que pende sobre él. Kirón es menos condescendiente, sin embargo, y mira al enano con odio.
-La próxima vez que te vea, te mato. Lo juro.
Y luego le da la espalda con insolencia, llevando de la mano a Megilwen con su bebé. La elfa verde sólo lanza una fugaz mirada al guerrero enano: una mirada de decepción, de triste reproche.
La barca ha arribado a la ribera y espera a los viajeros para conducirlos al otro lado, al campo donde se lucharán las próximas batallas. Pero sólo unos pocos la abordan, mientras muchos se quedan en el lado oeste, silenciosos y pensativos.
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miércoles, 17 de octubre de 2007

Anädheleth, guardia de Horia

Mientras el grupo de héroes está prisionero en las mazmorras del castillo Horia, Anädheleth, obligada a trabajar para Lilandrith bajo el influjo de un conjuro, busca cómo ayudar a sus amigos y sacarlos del apuro.

27 de febrero del 1632
-Intentando salvar la vida de su amiga Miarlith, Anädheleth jura lealtad a Theodorus y Lilandrith, quien la ata a su juramento a través de un conjuro de sangre.
-Atrapada en su cuarto, la montaraz consigue entrar en contacto con Ricardo, el guardia que había hechizado con los pendientes de Venus. El hombre aún está bajo los efectos de la magia y le dice a la elfa que desea ayudarle en todo lo que sea posible.
-A través de Ricardo, Anädheleth averigua que Theodorus aún no ha regresado al castillo, que sus amigos están bien, pero encerrados y constantemente vigilados por Jared (un tipejo enorme, como de dos metros y medio, túnica y capuchón negro, que se cubre el rostro con una máscara de porcelana), el guardaespaldas de Lilandrith.
-Anädheleth aprovecha su tiempo libre para escribir resúmenes de los diarios de viaje de Tiresias el tuerto, que encuentra en su habitación.
-Pasan los días. Ricardo hace reportes diarios de lo que ocurre en el castillo, a Anädheleth no la vuelve a visitar Lilandrith, pero recibe puntualmente sus comidas y el agua caliente para el baño.

4 de marzo
-La nieve se está derritiendo. Los días se están volviendo más cálidos (aunque todavía son muy helados) y no ha vuelto a nevar en varios días. El invierno se muestra en franca retirada, lo que preocupa a Anädheleth, porque sabes que con la primavera se reanudarán las hostilidades.
-Ricardo consigue finalmente un turno de guardia en las mazmorras. Consigue pasarle pluma y papel a Numentarë y éste le manda un simple mensaje a Anädheleth: "debes buscar ayuda fuera del castillo o moriremos todos". Ricardo cuenta que Numentarë está muy nervioso en la celda: rechaza la comida, golpea las paredes con los puños desnudos, grita, tirita y tiene pesadillas. A veces incluso delira, llamando a su hija desesperadamente. Ricardo dice que no sabe si es fingido o no, porque se mostró muy lúcido al tomar el papel y escribir el mensaje.
-Ese día, finalmente, Lilandrith va a visitar a su hija. Con un tono más bien cordial, aunque firme, la hechicera le explica a su hija que deberá tomar a su cargo una de las divisiones de defensa del castillo, que le asignarán algunos hombres y que deberá velar por la seguridad de una de las torres, específicamente, aquella donde está la entrada de servicio que el grupo utilizó para entrar al castillo. Le devuelven parte de su equipo y le entregan una armadura con los símbolos de Horia, que deberá portar obligatoriamente. La hechicera además le entrega las llaves de su habitación y le permite pasearse por el castillo, excepto por las proximidades de la torre central, la forja y las mazmorras, que le están completamente vedadas. También tiene prohibición de abandonar el castillo hasta nueva orden, dañar a los guardias u obligarlos a cumplir órdenes que atenten contra los intereses de Theodorus.
-Lilandrith continúa hablando, diciendo lo feliz que está de que ahora Anädheleth trabaje para ella. Insiste en que la única forma de conseguir paz para Kraëtoria es que permitan a Theodorus desarrollar sus planes.
-Anädheleth va a la torre, se equipa y empieza a organizar a sus guardias, que son el grupo más indisciplinado del castillo.
-Anädheleth escribe un mensaje para Denazz que dice así:
Denazz, estamos atrapados en el castillo de Theodorus. Estoy siendo obligada a seguir las instrucciones de Lilandrith. Creo que no nos queda mucho tiempo. Dile a Delemdroth que se prepare para un ataque el 21 de marzo, y algo peor después. Adviértele que nada es como parece, y que no es en nombre de los humanos que Theodorus actúa. Por favor, Denazz, deben venir a rescatarnos. Son nuestra última salvación. Por favor, Denazz, ayúdame, eres lo único que tengo.
Con Cariño,
Anä

-Llamando el poder de Gaia, Anädheleth invoca un halcón peregrino al que ata el mensaje en su pata. Luego lo manda volar hacia la torre de Delemdroth, en la lejana meseta de Eledhant, donde se encuentra Denazz.

6 de marzo
-Entre sus nuevas obligaciones en marcha, Anädheleth debe lidiar con soldados insolentes a los que no les gusta recibir órdenes de una mujer. Anädheleth se irrita tanto por las burlas y faltas a la disciplina de uno de sus soldados, Aldo Ticio, que le corta una oreja al soldado. Luego se baten entre ellos: la montaraz consigue inmovilizarlo y dejarlo inconsciente. Después de esa breve demostración de sus habilidades, nadie intenta sublevarse de nuevo.

7 de marzo
-Ricardo llega con un mensaje de Numentarë, quien pregunta a Anädheleth si pidió ayuda al exterior.
-La montaraz averigua que Theodorus llegará al castillo el 12 de marzo. No ha podido llegar antes porque ha estado ocupado con una revuelta en Villa del Roble: dos vapores fueron hundidos y robaron armamento de las bodegas de la ciudad. Pese a los esfuerzos de la Inquisición y la Orden del Dragón Rojo, no han podido detener a ningún responsable, aunque han realizado varios arrestos e “interrogado” a mucha gente del Distrito Oriente. Se rumorea que hay elfos detrás de estos robos y que alguien de la ciudad, probablemente una cofradía de bribones, estaría ocultando sus acciones. Los ciudadanos están paranoicos y estarían cortando los cuellos de todo el que parezca un elfo disfrazado y de todo aquel que muestre simpatía por los elfos... es decir, todo no-humano, incluyendo halflings.
-Según averigua la montaraz (interrogando soldados, conversando con los capitanes que pasan de cuando en cuando por el castillo), los últimos años Theodorus y Lilandrith han estado reclutando aliados de distintas razas (enanos rechazados, semielfos e incluso algunos elfos altos) para formar un ejército de elite que estaría siendo entrenada en la provincia de Valacchia. Gran parte de los esfuerzos de los dos hechiceros han estado centrados en crear armamentos que decidan la suerte de la guerra. Sin embargo, hay algo que llama la atención: ni Lilandrith ni los soldados de Florencia parecen considerar a los aliados como una fuerza de temer. Todos están extremadamente seguros de su triunfo, que se avecina pronto: los primeros ataques masivos se iniciarían el 21 de marzo. Pero entonces, si Lilandrith y Theodorus consideran que están perfectamente equipados para hacer frente a los aliados elfos y enanos, ¿por qué continúan construyendo armamento? ¿Por qué preparan negociaciones de paz y al mismo tiempo tienen tantas armas bajo la manga?
-Numerosos ejércitos han levantado campamento en la ribera oriental del río Estigia. Llevan cañones, caballeros y armaduras sardianas, y están constantemente abastecidos por una línea de barcos cargados de provisiones que provienen desde los graneros de la cuenca Luciánica (los graneros del Estigia han sufrido demasiados saqueos para abastecer al ejército). Desafortunadamente, la niebla perpetua que rodea al castillo le impide a la elfa ver más allá de un centenar de metros de las murallas.

8 de marzo
-Luego de lidiar con sus obligaciones habituales y de discutir por enésima vez con sus subordinados, Anädheleth regresa a su cuarto, cansada. En la tarde, cuando el sol se está poniendo, el halcón peregrino se posa en el alféizar de la ventana. Un mensaje viene atado a su pata:
No te abandonaré.
Con amor,
Denazz

-Anädheleth está loca de alegría, pero muy nerviosa preguntándose cómo le ayudará el drow.
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