martes, 6 de enero de 2009

Sesión del sábado 22 de noviembre del 2008

Han pasado varios meses desde que los héroes escaparan del castillo de Horia. Las fuerzas del imperio florentino reanudaron sus ataques al bosque de Gallen y la sangre ha vuelto a derramarse sobre las fronteras entre humanos y elfos.

Los héroes, marginados de sus propias razas, han participado activamente en sus propias campañas secretas contra el imperio: han saboteado ataques, destruido puestos de avanzada, asesinado generales de importancia y, en resumen, colaborado desde las sombras para sumar pequeños triunfos al bando de los aliados.

Pero la situación es difícil: las fuerzas florentinas son más fuertes y numerosas, los elfos verdes han ido cediendo terreno y los elfos dorados se han retirado de Gallen. ¿Traición? No, simple supervivencia: los límites de los montes de Elëdhant están siendo invadidos por otro frente florentino.


Noviembre del 1633
(3003 según el calendario florentino)


- Los héroes han establecido la casa de Numentarë como su cuartel general. Regresan a ella después de alguna campaña especialmente larga y difícil.

- Durante este tiempo, Numentarë se ha convertido en mentor de Eleion. Denazz ha tenido que regresar a Ithilgadden para ayudar a los elfos dorados en la defensa de la meseta. Ejöann regresó a Villa del Roble para continuar con su propia gesta secreta.

- Una noche, la casa de Numentarë es atacada: los héroes se levantan rápidamente y reducen a sus enemigos, pero Lidia, la aya de Trishna y fiel amiga de Numentarë es muerta por una flecha en llamas. Los atacantes son... elfos verdes que buscan venganza de Ylla. El grupo está liderado por Kirón, el elfo verde al que ayudaron a escapar de Horia.

- En medio de la lucha, los héroes son apoyados por una figura encapuchada que se transforma en oso. Aunque no saben quién es, los héroes agradecen esta ayuda inesperada. Cuando la batalla gira a su favor y el oso vuelve a su forma natural, los héroes no pueden evitar un gemido de sorpresa: es Miarlith Bori, la druidesa, que ha regresado de entre los muertos.

- Luego de vencer a los elfos verdes, los héroes los atan e interrogan. Todos demuestran desprecio hacia ellos por no haber tomado partido en la guerra y haber pasado demasiado tiempo entre los humanos. Kirón en especial demuestra gran desprecio por Ylla, a quien no le perdona el que no esté luchando en Gallen, junto a sus hermanos. Eleion trata de convencerlos de que lo que ellos están haciendo también tiene importancia, pero Kirón y los demás elfos no lo escuchan: sólo escupen veneno hacia Ylla y sus amigos.

- Los héroes no pueden entender que mientras siguen arreciando los ataques a Gallen y todas las fuerzas sean fundamentales, una buena cuadrilla se den el lujo de perseguir a una sola elfa fugitiva. Pese a ello, los elfos verdes son buenos guerreros y Eleion desea dejarlos libres para que vuelvan a la lucha. Pero Ylla comprende que si Kirón es liberado, volverá a perseguirla: no cejará hasta encontrarla y matarla. Y por ello, toma su daga y le corta el cuello. Eleion intenta detenerla, pero demasiado tarde: el elfo yace muerto, en el suelo. El efecto es inmediato: los demás elfos verdes escuchan atentamente a Ylla mientras les dice que todo el que la persiga terminará igual, y que mejor harían en regresar a su bosque y defenderlo de los humanos.

- Luego de este incidente, el grupo decide que es demasiado peligroso seguir con la vida que tenían hasta ese momento. Deben buscar refugio en un sitio neutral (si es que existe alguno) y reconsiderar sus opciones. Están discutiendo eso, cuando llega una golondrina y se posa en el hombro de Ylla, mostrándole la pata: en ella viene un mensaje de Delemdroth.

- El mensaje dice que finalmente el concejo se ha disuelto y los elfos verdes han nombrado reina a Eruwen, la matriarca de la familia Dunadan en desmedro de Lindëalath, hermana de Eleion. Bajo el reinado de Eruwen, los elfos dorados finalmente habían retomado la iniciativa y estaban conteniendo el ataque florentino del sur. Delemdroth también ayuda en las defensas, aliado con Denazz y su tataranieta Adrasteia. Sin embargo, su pequeña división es mirada con recelo por parte de los elfos dorados, así es que deben actuar casi en las sombras. Delemdroth pide noticias del grupo y Denazz manda mucho amor para Anädheleth. Posteriormente, el grupo escribe un mensaje y lo envía de vuelta con la misma golondrina mágica.

- Los héroes deciden enfilar a la tribu del Colmillo de Rork, el clan orco que vive en la Forja de Hefestos con el que habían negociado el año anterior. Quizás buscando refugio con un grupo neutral les sea más fácil decidir el próximo paso.

- Después de un largo viaje, el grupo arriba al valle de los orcos y divisa las fortificaciones del poblado. Inmediatamente se percatan de que algo ha cambiado: la antigua empalizada de madera ha sido reemplazada por fortificaciones de piedra y madera. Hay una torre de vigía en el valle y el poblado ha crecido en forma notoria.

- Los orcos reciben al grupo con cortesía y se muestran más que dispuestos a conducirlos hasta el jefe de la tribu. Mientras andan por el pueblo, los héroes se asombran al ver que ahora hay un barrio de humanos, un nutrido mercado y una segunda salida, una carretera que enfila hacia el noroeste. Pronto se enteran que los orcos han establecido comercio con contrabandistas y mercaderes que han sido expulsados del imperio florentino.

- El guardia orco deja al grupo con el consejero del jefe, Mu Th'arr. Aunque está disfrazado bajo apariencia humana, los héroes lo reconocen de inmediato: se trata del illithid que ellos conocieron en la suboscuridad y que mató a Kalandril luego de un enfrentamiento con el grupo en las ruinas de Sardan.

- Mu Th'arr se muestra amable con los héroes: les explica que él y los orcos están juntando una nueva fuerza, una tercera alianza que se opone a la guerra entre elfos y humanos. Les comunica que esta alianza entre orcos, piratas, contrabandistas, disidentes florentinos y valaquianos está juntando armas y equipo para erigirse como una fuerza respetable. El mismo Víbora, el antiguo aprendiz y ayudante de Theodorus, forma parte de esta tercera fuerza y les ha ayudado a conseguir artefactos sardianos. Por supuesto, Mu Th'arr les cuenta todo esto porque sabe de lo que son capaces los héroes y les pide que se unan a ellos.

- Los héroes debaten largamente y, por fin, se ponen de acuerdo: aceptarán unirse a la tercera fuerza, pero pondrán una serie de condiciones. Entre ellas, el hecho que Mu Th'arr no pueda usar control mental, ni ninguna habilidad psíquica en su contra, y que tampoco atente bajo ninguna forma contra la integridad física o mental de nadie del grupo. Tampoco les podrán encargar misiones en las que deban herir o dañar a elfos o enanos, ni tampoco pedir que realicen misiones que ellos, como grupo, sientan que va contra sus principios morales.

- Mu Th'arr escucha sus condiciones y les pone ciertas obligaciones: en caso de que el grupo rechace una misión, Mu Th'arr les exigirá un reporte detallado de las razones por las cuales rechazan la misión. A continuación, él les exigirá una nueva misión que no entre en conflicto con dichas razones, o modificará la misión primeramente planteada. También les exige un 10% de todos los tesoros que consigan en una misión encargada, o su equivalente en lucianos. Los héroes tampoco podrán atentar contra la integridad física o psíquica de todos los que Mu Th'arr considere aliados o simpatizantes de su causa y que los héroes sepan de antemano que tienen dicho estatus... Entre otras consideraciones.

- Así, los héroes, Mu Th'arr y el jefe de la tribu del Colmillo de Rork firman un tratado de alianza. La primera misión de los héroes será viajar hacia Valaquia, donde deberán apoderarse de tres barcos voladores que están siendo construidos por Florencia. Mu Th'arr les explica que el imperio está construyendo una flota de esos barcos, basados en los principios de los barcos voladores sardianos, y que pretende utilizarlos para acabar la guerra de una forma definitiva. Los héroes deberán apoderarse de cinco de esos barcos (para ello contarán con una tripulación debidamente preparada) y destruir el resto. Los héroes se muestran de acuerdo y se preparan para su misión...
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El torrente del Cisón: PRÓLOGO

Los arqueros elfos ven, horrorizados, como el grupo de ents son devorados por las llamas. Aunque han conseguido acabar con el pequeño destacamento de armaduras sardianas, no fueron capaces de evitar los meteoros incandescentes arrojados por los hechiceros de la orden del Dragón Rojo. A la orden de Kirón, los arqueros arrojan una lluvia de flechas sobre los hechiceros, pero los soldados florentinos, disciplinados, los protegen con sus escudos, mientras el destacamento de arcabuceros dispara una vez más. Barith cae con una horrible herida en el pecho; el bello rostro de Lathiel es destrozado por una bala, y se desploma, como una muñeca grotesca, sobre la hierba seca. También caen Feadar y Gileon y Valwing y Khara y Malwe y Saedhel.

Kirón siente un dolor lacerante en el hombro izquierdo y se derrumba. Cuando se pone en pie, sólo dos de sus compañeros aún disparan flechas. Uno de ellos se acerca a su jefe y le observa la herida: afortunadamente, la bala salió por el otro lado, pero el brazo de Kirón ha sido inutilizado.

–Ragdhel, ¿regresó tu halcón?
–Sí, pero...
–¿Cuánto falta para que lleguen los centauros?
–Kirón, lo siento... Kag me dijo que fueron emboscados. Ninguno sobrevivió.

Kirón tirita al oír el gemido profundo de un ent que agoniza entre las llamas arcanas. El cuerpo de otro árbol sabio yace, carbonizado, junto a un amasijo de metales retorcidos. Los hechiceros y arcabuceros humanos continúan su avance, casi sin haber sufrido bajas. Ragdhel tensa nuevamente su arco y se prepara a disparar, pero Kirón le retiene el brazo.

–¿Qué pasa?
–Es inútil. Debemos huir y reunirnos con el resto del clan. Es mejor que vivamos y demos las noticias. Hagamos retroceder a los ents que aún vivan: no tiene sentido que todos perezcan aquí si hay otros puntos claves que defender.

El arquero elfo asiente. Ayuda a su amigo a ponerse en pie y echan a correr mientras llaman a los pocos sobrevivientes a retirarse: todavía hay un punto fortificado en pie, veinte kilómetros al este. Kag, el halcón de Ragdhel trata de avisar a los ents que retrocedan, pero sólo uno de ellos queda en pie. Lucha blandiendo el tronco ardiente de un árbol como si fuese un garrote y un escudo.

–¡Que los elfos huyan! –dice el ent– Deben avisar que los hechiceros ya están aquí... ¡El santuario no debe caer!

Kirón y su compañero huyen hacia la espesura, con el corazón destrozado. Cuando ya han dejado atrás la luz de las llamas, oyen el grito de agonía del ent, que retumba entre los árboles. Éstos agitan sus ramas, como si tiritaran al sentir la muerte de uno de sus pastores. Ragdhel llora.

–Tranquilo, hermano mío. Los vengaremos, te lo prometo. Primero daremos la voz de alarma y luego cobraremos sangre por la muerte de nuestros amados hermanos.
–¿Cómo, Kirón? ¿Cómo podemos vengarlos si son tantos? ¿Si siempre debemos retroceder cuando nos atacan?
–Debemos vengarnos tomando la vida de quien traicionó a su pueblo. Bebiendo la sangre de quien condujo el fuego y la destrucción hasta nuestro hogar.
–¿Quién? ¿Theodorus?
–No. Ylla Kalighari y sus séquito de traidores.


Una figura solitaria se escurre entre los lujosos pasillos de un castillo de mármol azul. Se mueve entre las sombras, a paso ligero, con un leve temblor en su mano. "Ella no está", piensa. "Debo aprovechar ahora o nunca volveré a tener la oportunidad".

Camina entre los guardias del palacio, invisible ante sus ojos. Se escurre hasta la cocina y esquiva a dos sirvientas que conversan animadamente. Una de ellas siente una corriente de aire y se gira para mirar por donde pasó la figura. ¿Acaso fue eso... una túnica púrpura y dorada? Parpadea: debe estar teniendo visiones. No hay nada junto a la trampilla del suelo. Se da la vuelta y continúa la conversación.

La puerta ha sido reparado, pero está sellada. Eso no es un obstáculo: la figura pronuncia unas palabras arcanas y hace un sencillo gesto con la mano. Luego cruza el muro de mármol como si se tratase de agua, y aparece ante una escala tallada en la roca, que lleva hasta una pequeña playa en el lago. ¿A qué distancia estarán del lugar exacto? ¿Veinte leguas? ¿Cincuenta? ¿Cien? No importa.

La figura desenvuelve el cántaro de bronce y lo llena con agua del lago. Luego arroja unos polvos en el agua mientras pronuncia palabras en un idioma oscuro. Mientras el agua del cántaro se agita, como si estuviese viva, el hombre acaricia un pequeño zafiro que lleva al cuello. El agua del cántaro se eleva por momentos, adquiriendo una forma extraña, humanoide, que refleja la luz de las estrellas. Cuando el hombre termina de pronunciar su encantamiento, dos pequeñas luces blancas brillan en la figura de agua, allí donde deberían estar sus ojos. Entonces pronuncia palabras en un idioma extraño, que se asemeja al gorgoteo del agua.

–¿Quién... me ha... arrancado... de mi hogar?
–Yo, Iván el Púrpura. Debes cumplir una misión para mí.
–Regrésame... a... mi hogar...
–No hasta que cumplas mi mandato. No intentes resistirte: mi fuerza de voluntad es mucho mayor que la tuya.
–Libérame...
–Silencio. Irás al fondo del lago, buscarás hacia el oeste hasta encontrar el cuerpo de una mujer. No descansarás hasta que me la hayas traído aquí.
–¿Cómo... la reconoceré?
–Llevarás esta vara –dice Iván, entregándole una nudosa vara de alerce tallada por la naturaleza–. Ella te guiará hasta esa mujer y la reconocerá de inmediato. Ahora, ¡vete!
–Sí...

La figura de agua escapa del cántaro y se arroja al lago con delicadeza, para luego desaparecer. Iván respira. ¿La traerá de vuelta antes del amanecer? Debe hacerlo. La mañana siguiente es el amanecer del equinoccio de primavera: no tendrá otra oportunidad hasta el año siguiente. Mete la mano a su bolsillo y saca un anillo hecho de tres semillas y sus brotes entrelazados. El anillo de Yin Kho es el único artefacto que conoce capaz de traer de vuelta a los muertos, un don muy raro que Hades no ve con buenos ojos. Son pocos los que hasta hoy han escapado de los dominios del señor de los muertos, y los que lo han hecho se han ganado su odio a perpetuidad.

No obstante, Iván está dispuesto a enfrentar la ira de Hades. No sería la primera vez que un dios intenta hacerle la vida imposible, piensa sonriendo. Además, esta mujer es demasiado importante. ¿Cómo se reestablecerá la dinastía sardiana si el rey no se casa con una descendiente de Vlädir?

–Debes vivir, Miarlith Bori -murmura Iván-. El futuro de Florencia depende de ello.
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