martes, 6 de enero de 2009

El torrente del Cisón: PRÓLOGO

Los arqueros elfos ven, horrorizados, como el grupo de ents son devorados por las llamas. Aunque han conseguido acabar con el pequeño destacamento de armaduras sardianas, no fueron capaces de evitar los meteoros incandescentes arrojados por los hechiceros de la orden del Dragón Rojo. A la orden de Kirón, los arqueros arrojan una lluvia de flechas sobre los hechiceros, pero los soldados florentinos, disciplinados, los protegen con sus escudos, mientras el destacamento de arcabuceros dispara una vez más. Barith cae con una horrible herida en el pecho; el bello rostro de Lathiel es destrozado por una bala, y se desploma, como una muñeca grotesca, sobre la hierba seca. También caen Feadar y Gileon y Valwing y Khara y Malwe y Saedhel.

Kirón siente un dolor lacerante en el hombro izquierdo y se derrumba. Cuando se pone en pie, sólo dos de sus compañeros aún disparan flechas. Uno de ellos se acerca a su jefe y le observa la herida: afortunadamente, la bala salió por el otro lado, pero el brazo de Kirón ha sido inutilizado.

–Ragdhel, ¿regresó tu halcón?
–Sí, pero...
–¿Cuánto falta para que lleguen los centauros?
–Kirón, lo siento... Kag me dijo que fueron emboscados. Ninguno sobrevivió.

Kirón tirita al oír el gemido profundo de un ent que agoniza entre las llamas arcanas. El cuerpo de otro árbol sabio yace, carbonizado, junto a un amasijo de metales retorcidos. Los hechiceros y arcabuceros humanos continúan su avance, casi sin haber sufrido bajas. Ragdhel tensa nuevamente su arco y se prepara a disparar, pero Kirón le retiene el brazo.

–¿Qué pasa?
–Es inútil. Debemos huir y reunirnos con el resto del clan. Es mejor que vivamos y demos las noticias. Hagamos retroceder a los ents que aún vivan: no tiene sentido que todos perezcan aquí si hay otros puntos claves que defender.

El arquero elfo asiente. Ayuda a su amigo a ponerse en pie y echan a correr mientras llaman a los pocos sobrevivientes a retirarse: todavía hay un punto fortificado en pie, veinte kilómetros al este. Kag, el halcón de Ragdhel trata de avisar a los ents que retrocedan, pero sólo uno de ellos queda en pie. Lucha blandiendo el tronco ardiente de un árbol como si fuese un garrote y un escudo.

–¡Que los elfos huyan! –dice el ent– Deben avisar que los hechiceros ya están aquí... ¡El santuario no debe caer!

Kirón y su compañero huyen hacia la espesura, con el corazón destrozado. Cuando ya han dejado atrás la luz de las llamas, oyen el grito de agonía del ent, que retumba entre los árboles. Éstos agitan sus ramas, como si tiritaran al sentir la muerte de uno de sus pastores. Ragdhel llora.

–Tranquilo, hermano mío. Los vengaremos, te lo prometo. Primero daremos la voz de alarma y luego cobraremos sangre por la muerte de nuestros amados hermanos.
–¿Cómo, Kirón? ¿Cómo podemos vengarlos si son tantos? ¿Si siempre debemos retroceder cuando nos atacan?
–Debemos vengarnos tomando la vida de quien traicionó a su pueblo. Bebiendo la sangre de quien condujo el fuego y la destrucción hasta nuestro hogar.
–¿Quién? ¿Theodorus?
–No. Ylla Kalighari y sus séquito de traidores.


Una figura solitaria se escurre entre los lujosos pasillos de un castillo de mármol azul. Se mueve entre las sombras, a paso ligero, con un leve temblor en su mano. "Ella no está", piensa. "Debo aprovechar ahora o nunca volveré a tener la oportunidad".

Camina entre los guardias del palacio, invisible ante sus ojos. Se escurre hasta la cocina y esquiva a dos sirvientas que conversan animadamente. Una de ellas siente una corriente de aire y se gira para mirar por donde pasó la figura. ¿Acaso fue eso... una túnica púrpura y dorada? Parpadea: debe estar teniendo visiones. No hay nada junto a la trampilla del suelo. Se da la vuelta y continúa la conversación.

La puerta ha sido reparado, pero está sellada. Eso no es un obstáculo: la figura pronuncia unas palabras arcanas y hace un sencillo gesto con la mano. Luego cruza el muro de mármol como si se tratase de agua, y aparece ante una escala tallada en la roca, que lleva hasta una pequeña playa en el lago. ¿A qué distancia estarán del lugar exacto? ¿Veinte leguas? ¿Cincuenta? ¿Cien? No importa.

La figura desenvuelve el cántaro de bronce y lo llena con agua del lago. Luego arroja unos polvos en el agua mientras pronuncia palabras en un idioma oscuro. Mientras el agua del cántaro se agita, como si estuviese viva, el hombre acaricia un pequeño zafiro que lleva al cuello. El agua del cántaro se eleva por momentos, adquiriendo una forma extraña, humanoide, que refleja la luz de las estrellas. Cuando el hombre termina de pronunciar su encantamiento, dos pequeñas luces blancas brillan en la figura de agua, allí donde deberían estar sus ojos. Entonces pronuncia palabras en un idioma extraño, que se asemeja al gorgoteo del agua.

–¿Quién... me ha... arrancado... de mi hogar?
–Yo, Iván el Púrpura. Debes cumplir una misión para mí.
–Regrésame... a... mi hogar...
–No hasta que cumplas mi mandato. No intentes resistirte: mi fuerza de voluntad es mucho mayor que la tuya.
–Libérame...
–Silencio. Irás al fondo del lago, buscarás hacia el oeste hasta encontrar el cuerpo de una mujer. No descansarás hasta que me la hayas traído aquí.
–¿Cómo... la reconoceré?
–Llevarás esta vara –dice Iván, entregándole una nudosa vara de alerce tallada por la naturaleza–. Ella te guiará hasta esa mujer y la reconocerá de inmediato. Ahora, ¡vete!
–Sí...

La figura de agua escapa del cántaro y se arroja al lago con delicadeza, para luego desaparecer. Iván respira. ¿La traerá de vuelta antes del amanecer? Debe hacerlo. La mañana siguiente es el amanecer del equinoccio de primavera: no tendrá otra oportunidad hasta el año siguiente. Mete la mano a su bolsillo y saca un anillo hecho de tres semillas y sus brotes entrelazados. El anillo de Yin Kho es el único artefacto que conoce capaz de traer de vuelta a los muertos, un don muy raro que Hades no ve con buenos ojos. Son pocos los que hasta hoy han escapado de los dominios del señor de los muertos, y los que lo han hecho se han ganado su odio a perpetuidad.

No obstante, Iván está dispuesto a enfrentar la ira de Hades. No sería la primera vez que un dios intenta hacerle la vida imposible, piensa sonriendo. Además, esta mujer es demasiado importante. ¿Cómo se reestablecerá la dinastía sardiana si el rey no se casa con una descendiente de Vlädir?

–Debes vivir, Miarlith Bori -murmura Iván-. El futuro de Florencia depende de ello.

0 pelambres: