jueves, 25 de agosto de 2011

La caída de Gallen

Y entonces ocurrió, en esos días de marzo de 1663 de la Era de la Luz, a sólo una semana del Año Nuevo élfico, que las máquinas de guerra florentinas pisotearon el suelo sagrado del bosque de Gallen, que los alerces milenarios ardieron como teas en la noche y los soldados humanos cargaron cabezas de elfos, enanos y centauros en sus picas y lanzas...

El general Nerón Flavius entró triunfante al círculo de dólmenes y pisó, sin notarlos, los restos carbonizados de una dríada que había muerto antes de matar a un solo humano.

-¿Reporte? -preguntó el general a su lugarteniente.
-Los elfos se retiran, pero aún queda un fortín enano que resiste.
-¿Y qué esperan para abatirlo?
-Está muy bien defendido... Y sus arcabuceros tienen una puntería endemoniada, general...

El general Flavius entornó los ojos como si dijera "¿es que todo lo tengo que hacer yo?" y repartió instrucciones a su cuerpo de élite. Las armaduras y "langostas" sardianas avanzaron rápidamente por las zonas conquistadas y se encontraron con una lluvia de disparos certeros y explosiones. Siguieron avanzando, confiados, pero las balas finalmente penetraron sus corazas y mataron al piloto. Tres de los cuatro artefactos quedaron inutilizados, el cuarto retrocedió.

-¿Por qué se retira del combate, soldado? -Flavius detuvo el artefacto: su piloto balbuceó una excusa- Salga de allí.

El soldado abrió la escotilla y se asomó para explicarse, cuando, en un parpadeo, una hoja acerada le cortó el cuello. Flavius agarró al hombre con una sola mano y, sin el menor esfuerzo, lo arrojó al suelo, donde se agitó como una cucaracha volteada, tratando de detener la hemorragia. Flavius entró al artefacto y dio órdenes a sus hombres. Como una máquina bien engrasada, el grupo se esparció en formación de serpiente, realizando oleadas sucesivas de ataque para distraer las defensas mientras el general se colaba en el fuego y quedó sobre el montículo.

Al interior del fortín, Orvar Korghan apretó los dientes.

-¡Una langosta sobre nosotros! ¡Rápido, las granadas!

Pero fue muy tarde: tres bombas de pólvora entraron por la tronera.

El suelo tembló con las explosiones. El general Flavius arrojó otras bombas por las troneras y un humo apestoso inundó el fortín. Los hombres de Flavius rodearon el fortín y arrojaron más bombas en su interior, hasta que la trampilla se abrió y una bandera sucia de hollín, que debió haber sido blanca, flameó en el aire. Flavius desenfundó la espada y de un solo tajo cortó la mano que sostenía la bandera. Sus hombres sacaron al enano del interior, lo arrojaron al suelo y lo desarmaron.

-¿Quién eres? -le preguntó Flavius con una voz grave.
-Orvar de la casa de Korghan, capitán de la guardia de la Roca de Hefestos, miembro del clan del Martillo de Val...
-Suficiente. ¿Cuántos fortines quedan en el bosque?
-¿Crees que si supiera te lo diría? -Orvar improvisa un torniquete con sus ropas, pero pierde sangre rápidamente- Basta con que sepas que Oghdammer no caerá fácilmente, que nos opondremos...
-No me interesan tus desvaríos, enano. Hoy cayeron los elfos y tus patéticos fortines. Mañana cazaremos enanos en sus cuevas como ratones en sus ratoneras.
-Me gustaría verte intentarlo.
-No lo verás. Dile a tus ancestros que fracasaste, y que no habrás muerto en batalla, sino devorado por los buitres. ¡Sacerdote!

Un hombre santo de Zeus se acercó al general y se inclinó ante él.

-Cúrale esa herida. Luego átenlo con cadenas y déjenlo a campo abierto. Que pague el precio que corresponde por oponerse al Imperio.

No muy lejos de allí, escondidos entre los árboles calcinados, cuatro figuras camufladas tras sus capas élficas e ilusiones arcanas observaban la escena apretando los dientes.

-Hay que hacer algo -dijo una voz femenina-. Podemos rescatarlo cuando se alejen de él.
-Es muy peligroso -respondió una voz grave-. Estará en medio del ejército florentino. Lo mejor que podemos hacer es retroceder y reportar que cayó el último bastión. Hay que fortificar la última línea de defensa del bosque.
-Al menos podemos eliminar a ese malnacido de Flavius: lo tengo a distancia de tiro -dijo otra voz femenina tensando su arco: su flecha se iluminó con un brillo sobrenatural.
-No, Trishna -respondió una cuarta voz-. Sabes muy bien que con una flecha no bastaría, ese hijo de orca es más duro que un gólem de hierro.
-¿Sugerencias, entonces, Denazz? -preguntó la primera voz femenina.
-Yo no soy el líder, Adrasteia, pero creo que deberíamos pedirle al hermano Thorin que nos lleve de vuelta con Delemdroth. Mientras tanto, Trishna puede contactar a Oghdammer e informar...
-Córtela con eso de "no soy el líder", sire Denazz -le respondió Thorin-. Usted es el mejor estratega de entre nosotros y ha demostrado su valía en combate numerosas veces.
-Y además Delemdroth te tiene total confianza -agregó Adrasteia.
-Sí... Y eso -respondió Thorin, no muy convencido.
-¿Entonces? -preguntó Trishna.
-Entonces regresamos y luego tú retomas contacto con tus amigos piratas -le dijo Denazz-. Creo que tenemos suficientes incentivos como para convencerlos del plan.
-Está decidido entonces -respondió Thorin-. Tómense de las manos.

El grupo formó un círculo con las manos tomadas. Adrasteia arrojó una última mirada a Orvar, apesadumbrada. Trishna observó cómo lo amarraban y arrastraban lejos del campo de batalla. Entonces reaccionó y, pronunciando palabras místicas, cargó una flecha en su arco.

-¿Qué haces? -Adrasteia la tomó de la cintura.

Un segundo antes de que Thorin finalizara su conjuro, Trishna disparó la flecha, que impactó en el cuerpo maltrecho de Orvar Korghan, del clan del Martillo de Valgar, y explotó en una llamarada ardiente. Los soldados que lo cargaban cayeron al suelo, convertidos en cadáveres carbonizados, y el mismo Orvar se encendió como una pira, muriendo en la gloria de Hefestos. El general Flavius y sus hombres dispararon hacia el bosque calcinado, pero ya era muy tarde: sólo un aura residual se mantenía en el lugar.

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